martes, 3 de agosto de 2010

DIARIO DE UN CONCEJAL: Pobres vacas catalanas


Mira, no hay mal que por bien no venga. Ya no hay que ir a Cataluña para ver toros. Así la cosa taurina nos queda más cerca y los catalanes aficionados se gastarán el dinero fuera de su región, lo cual no deja de tener gracia tratándose de quien tratamos.
Y a ese “que se joda mi capitán que yo no como rancho” podrían unir un asco total al jamón de Jabugo, al aceite de Jaén, a las angulas de Aguinaga –que ya podían ser de Romero-, a los percebes gallegos, a los zarajos de Cuenca, a las berenjenas de Almagro, al vino de Rioja y a todo lo que no sea autóctono catalán. Lo digo porque cinco millones de consumidores menos abaratarían los precios de los ricos productos citados y eso es bueno para los bolsillos de los asalariados.
Lo peor de la prohibición taurómaca no es que, en resumidas cuentas, se den veinte festejos menos en la plaza de Barcelona, que además ni son capaces de llenarla. Lo malo para los catalanes impulsores de la prohibición es que han quedado como verdaderos cobardes. En lugar de decir la verdad se han escondido de bajo de las faldas de los defensores de los animalitos como si aquellos se alimentasen solo de rábanos aún a sabiendas que no se ha podido demostrar que una lechuga no sufra al cortarla.
Si los zoofílicos practicasen más sexo en lugar de estar contra las corridas, los cobardes no se hubiesen podido camuflar en ellos para ocultar el odio al sur. El más cobarde de todos es el que está –por poco tiempo se supone- al frente de la manada. Ese encima arreó al ganado y luego votó a favor de la fiesta para evitar que lo corran a gorrazos en su pueblo natal.
Pero la prohibición ha traído más parabienes. A mi me permite dos cosas. Una, escribiendo este diario, entrar en el Olimpo de los gilipollas al sumarme con estas líneas a la sarta de idioteces escritas, habladas, gesticuladas y vomitadas con respecto al tema. Otra, potenciar la celebración de festejos taurinos en mi Ayuntamiento. A la gente le gustan los toros y a los concejales las comisiones que aflojan los ganaderos y los apoderados de los torerillos que contratamos. Hasta el de la empresa de las ambulancias nos envía un jamón para que al año siguiente le sigamos contratando sus servicios y no los de la competencia. A todo esto hecho en falta la protesta de las verdaderas perjudicadas, las vacas catalanas. Si han prohibido las corridas de los toros en tan curiosa región, son las vacas las primeras sufridoras de la decisión política. En otras ocasiones el colectivo vacuno se ha hecho oír, bien en forma de locura amenazante, bien en forma de subida de precios de la leche, otras veces incrementando el coste de los filetes de ternera. Pero esta vez me da que se han pasado al adulterio y a la clandestinidad quizás porque sepan que la prohibición no va con ellas ni con sus queridos astados. La cosa va contra la piel de toro y no contra sus corridas.