martes, 27 de septiembre de 2011

DIARIO DE UN CONCEJAL: La duquesa se casa de penalti

Primero eran amigos, luego amigos fuertes, luego novios de tapadillo, luego novios mal vistos por la familia de ella, más tarde novios acogidos bajo el manto de las amigas de ella, luego los de su círculo de zampabollos y pelotas abogaron por el amor y la felicidad de la chica, más tarde cuando los familiares fueron conscientes de la cabezonería de los tórtolos torcieron el morro y pusieron trabas a un futuro enlace.

Como concejal observo expectante la sociedad que me rodea. Desde que la ley permite a los ediles celebrar matrimonios he albergado secretamente la idea de casar a alguien importante, alguien de prestancia y renombre internacional, alguien grande de España, alguna pareja de Hollywood, no sé, alguien que prestigie mi humilde figura de servidor público y ponga sobre el papel couché mi nombre para legar a mis descendientes muestras de importancia y notoriedad a mi curricula, en resumen, que genere envidia en los compañeros de la Corporación.

Y pensé, ¿porqué no seré yo el elegido para casar a la duquesa?. Qué rumbo, qué poderío, qué fuste. A mi me gusta decirlo así y dejo para los panolis lo de “glamour”, que es como les gusta a los analfabetos del mundo rosa calificar lo que siempre fue el empaque, el señorío, el imperio, la distinción, el tronío, en resumen, la prestancia, eso que distingue la excelencia o calidad superior a uno entre los de su clase.

Me imaginé dirigiendo palabras ensalzadoras del amor entre humanos mientras miraba con deseo las joyas puestas sobre los escotes de las mismas damas que hace menos de un mes se unían en fastos imperiales al Papa para ensalzar la pobreza, la entrega a los demás y la humildad.

Por cierto, entre el millón de congregados debía haber un habilidoso mangui que, aun sabiendo quien era el dueño, se quedó con el solideo del Santo Padre cuando Dios se echaba la siesta y dejó que Cuatro Vientos se convirtiese en el ojo del huracán. Los jóvenes cantaron aquello de “Benedicto equis, uve, palito, te has quedao sin gorrito”. En fin, tan magno acontecimiento también produce beneficios económicos, las farmacias vendieron muchos más preservativos que de costumbre y en eBay saldrá a subasta el gorrito, perdón solideo, del Santo Padre.

Pero vuelvo a la boda de la duquesa, que me disperso y luego el cielo me castiga. Casar a una duquesa me hacía gran ilusión. Lo que pasa es que la familia de la chica no estaba muy por la labor de que un ganapán sin título, sin cargo, un don nadie, un cazafortunas, diese un braguetazo y dilapidase una fortuna amasada durante siglos haciendo no se sabe qué cosa de utilidad.

¿Quién es este que quiere llevarse a nuestra duquesa?, se preguntaban los familiares y los aristócratas. Me daba igual, yo seguía en mi fantasía de casarlos. Me veía uniendo al rancio abolengo con un hombre de la calle, dando la oportunidad de que alguien humilde entroncase con la alta nobleza, acercando a la más notable de las damas de ringorrango con un probo oficinista… Mis cinco minutos de gloria. Portadas de revista, horas de televisión, repetición de las imágenes hasta la saciedad, fama, presencia, nombre, historia.

Vana ilusión. Si alguna posibilidad me quedaba todo se ha ido al garete. Para romper con la oposición de la familia, la duquesa y su follamigo han dado el paso al obligado matrimonio por la vía de los hechos consumados y la niña se ha dejado preñar en un inimaginable y titánico esfuerzo impensable para un funcionario. Aun recuerdo las palabras de aquel marqués que tras consumar el matrimonio en la noche de bodas –eran otros tiempos- le dijo a su recién estrenada esposa “espero que te hayas quedado preñada porque no voy a estar todas las noches haciendo esfuerzos”.

Claro la noticia ha caído en los círculos intimos como una bomba. Qué pensará ahora la iglesia, la monarquía, la nobleza, la aristocracia. La gente de la calle ya no se escandaliza. Pero la familia de la duquesa ha decidido casarla en casa y que sea de tapadillo para ocultar la vergüenza de la boda de penalti. Los casará alguien casi en la clandestinidad. Mi ilusión se ha desvanecido.

Suerte tiene la afligida familia de la duquesa preñada porque el vergonzante desliz que obliga a la clandestina boda va a coincidir en el tiempo con el matrimonio de Cayetana Fitz-James Stuart con don Alfonso X -antes Díez- y, como la prensa sólo se ocupará de la Duquesa de Alba, una cosa tapa a la otra. Felicidades a los contrayentes.

Una última cosa. Me niego a creer que la cadena de televisión que ustedes saben esté intentando transmitir en directo la noche de bodas de la Duquesa de Alba y Don Alfonso. Por favor respeten a tan distinguida y amable señora.

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