martes, 15 de febrero de 2011

DIARIO DE UN CONCEJAL: Manifestación de ricos

Me parece intolerable que mi partido no me haya dejado ir. Un acto así, una concentración de estas características es algo único en la vida. ¡Quién me lo iba a decir! Una manifestación de ricos, una manifestación nacional de ricos delante de mis narices y yo no he podido participar.

Está de moda que se manifiesten los pobres pidiendo democracia. Pero los ricos también tienen su corazoncito y añoran las dictaduras y el poder para sus parientes y amigos. En mi municipio ya están ensayando para tomar la calle y pedir cambio de régimen y en Madrid lo suelen hacer de vez en cuando contra las treguas trampa, contra las células madre, contra el aborto, para hacer obligatoria la religión y a favor del Valle de los Caídos entre otras fruslerías con olor a naftalina.

Pero una manifestación de ricos es algo digno de ser vivido. ¡Qué poderío, qué manera de ser y de estar! Todo perfectamente organizado. Parking para los Rolls, Jaguar, Ferrari, Bentley, Masserati...La chusma pobre mirando desde las aceras y esperando que alguien les gritara el clásico slogan de "no nos mires, únete", pero nada. Aquello ha sido una demostración de elegancia.

Hasta el ambiente olía bien y a esencia cara. A una señora se la tuvieron que llevar las asistencias porque se había desmayado ante los efluvios de Chanel, Armani y muchos más perfumes que en momentos hacían la atmósfera irrespirable. Eso sí, ambulancias privadas había para todos los gustos, todas medicalizadas y con diseños de lo más moderno en el exterior.

De los trajes y vestidos para qué vamos a hablar. Era como ver los escaparates de la calle Serrano de Madrid o de cualquier paseo con tiendas elegantes, pero en vez de contemplar los trajes en un maniquí, iban puestos en personas reales. Y les quedaban bien. Ya se sabe, no hay nada como ser rico para tener buena percha. Las mujeres saben de eso porque cuando ven un coche descapotable siempre intuyen que dentro va un tío que está muy bien, él o al menos su cartera.

Los ricos iban en grupitos, despacio, despreocupados. Dos lacayos vestidos de librea abrían la manifestación portando una pancarta hecha en seda con la inscripción: "Los ricos perdemos más dinero que los pobres con la crisis". Cada cierto tiempo unos mayordomos ofrecían copas de champán, de Oporto o de oloroso, junto con galletitas saladas y pinchos de caviar iraní. Música clásica y canción francesa flotaban en el ambiente. Todo muy relajado.

Eso era poderío y no las manifestaciones que tenemos que ver aquí, llenas de gente sudorosa y vocinglera que va a divertirse y no a protestar con bocadillos y latas de cerveza. Todos llenos de banderitas. Como me oigan decir esto los de mi partido, porque todos los partidos las hacemos así, me cesan. Y no está el tiempo para andar tirando puestos por la borda.

Bueno, a lo que vamos, a la manifestación de los ricos. De las señoras no quiero hablar porque siempre se puede interpretar mal y acaban llamándote machista por decirle guapa a una mujer. Pero quitando a unas cuantas cacatúas, las demás estaban de infarto. ¡Cuánto dinero han debido de ganar las clínicas de recauchutado de carnes a cuenta de ellas! Lo que no casaba -vaya palabra- era la edad de muchas de las acompañantes con los veteranos que estaban allí. Por lo menos les llevaban veinticinco años. Es lo que tiene ser rico, que las sobrinas te acompañan a cualquier sitio mientras todos saben que eres hijo único y soltero.

Iban caminando plácidamente y la gente de las aceras cada vez más embravecida: ¡guapo, llévame a mí! ¡Llámame! les empezaron a tirar bragas y números de teléfono ya que como en toda manifestación bien organizada no se podía acceder a ella. Mientras que en las demás son militantes o simpatizantes los que van formando un cordón, aquí había un servicio de seguridad de tipos vestidos con traje negro y pinganillo en las orejas que daban miedo nada más mirarlos. Por tanto, nadie se atrevía a ir a la calzada.

Ni un grito ni una consigna. De vez en cuando algún ayudante se dignaba a repartir algún pergamino a los que estaban en las aceras con las reclamaciones escritas: “menos impuestos, menos trámites para fundar empresas en paraísos fiscales y queremos bajarles el sueldo a nuestros obreros. Despido gratis”.

Al final, cuando llegaron a la plaza que habían reservado y que estaba magníficamente decorada -todo hay que decirlo- en el escenario había una gran pantalla. Ninguno de los que estaba allí se dignó a subir al estrado y leer un manifiesto. Un empleado puso un dvd con imágenes de las casas de los manifestantes en islas paradisíacas, con playas magníficas mientras una voz planteó sus reivindicaciones.

Lo peor de todo es que el ambiente en las aceras se estaba caldeando, pero no contra ellos, sino porque todos querían ser como ellos. La cosa acabó como suelen acabar estas cosas: vino la policía y dispersó a palos a los curiosos. Es lo normal, que pague y le peguen al más débil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario