lunes, 17 de enero de 2011

DIARIO DE UN CONCEJAL: Retortijón en la cabalgata

Han pasado no sé cuantas horas y todavía me duele. Vamos, me duele tanto que tengo que llevar una faja.
Fui uno de los tres elegidos para Rey Mago de la cabalgata y eso es como pasar a la posteridad, un hito en la biografía de un concejal. Al principio hace ilusión y es bonito, pero luego la cosa se complica. Visitas a los ancianos de la localidad, que estarán rijosos pero saben que los reyes son los padres y se toman a chufla la cosa con coñas como “yo soy republicano y no me gustan los reyes aunque sean magos”, “a ti te conozco y sigues tan gandul como de pequeño”...
Y los niños, qué voy a decir de los niños. Pues que no hay quien aguante dos horas sentado preguntando estupideces a las criaturas mientras sus padres te dejan medio ciego con los flashes de las fotos. Y todo eso después de dos horas de maquillaje, peluca, barba y el calor que pasas, porque en los asilos y en los hospitales cuecen a los clientes para matarles los miasmas.
Pero lo bueno es la Cabalgata. Mi sorpresa fue cuando me dieron un pañal gigante con la excusa de que no me podía bajar en todo el recorrido y que me lo pusiera por mi bien. Claro un rey y además mago no se va a bajar de la carroza para entrar a mear en un bar. Y es que aquí, como en cualquier sitio de España, tienes que mear en los bares. Yo regio en mi trono y aquella chusma de votantes cogiendo caramelos con cara de miserables, sobre todo los jubilados que se llevan una mierda a casa con tal de que sea gratis.
Pero cuando uno lleva un par de horas en la carroza nota el cansancio de brazos del ejercicio de lanzar las golosinas. Luego entra sed. Uno es inteligente y precavido y me había "mercao" una botella de dos litros de cubata y libaba el néctar de ron con una goma que llevo en el coche por si tengo que tomar prestada gasolina alguna vez. Por debajo de la barba no se notaba. Con el hambre el problema fue mayor. Me lleve un poco de salmón ahumado envasado al vacío, que me gusta mucho y que según mi mujer como está ahumado mata el mono del tabaco. Se lo debe haber oído al Chumari o como se llame el tío ese que bebe orines en la tele.
El primer trozo de salmón se me pegó a los pelos de la barba, con lo cual no había quien se lo metiera a la boca ni quien lo despegara. Tuve que tirar fuerte y el trozo de salmón salió en dirección a la gente. ¡Queremos más salmón pero en paquete! ¡Qué griterío! Y venga arremolinarse la multitud junto a la carroza pidiendo más. Así que tuve que ir lanzándoles trocitos de salmón para que se contentaran. Para qué lo haría.
Lo peor estaba por llegar. EL RETORTIJÓN. Tan agudo y penetrante que me dejó lívido. El primero lo pasé mal que bien, pero con el segundo me tuve que levantar del trono, trono inútil por otra parte, y apretar los glúteos para contenerme. Pensaba el gentío que me ponía en pie para saludar y yo cada cinco minutos me erguía temblando y todos aplaudían y pedían más salmón. Así durante una hora con las cámaras de televisión grabándolo todo. Espeluznante. Cuando terminó la cabalgata no me dio tiempo a llegar a un retrete, y detrás de la cueva del nacimiento, junto a la pared de la iglesia, escondido en la retama del belén, solté un taponazo de órdago. Quedó bien porque la gente creyó que la mula y el buey eran unas figuras tan realistas que hasta olían a cuadra. Ahora, después de probar el pañal, admiro a Concha Velasco.

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